No somos sospechosos, los comunistas navarros, de ponernos de perfil en este debate sobre el monumento a los caídos del bando fascista que, cada cierto tiempo, se reabre en la sociedad navarra. Desde un principio apostamos, aún estando prácticamente solos, por su derribo. Y, décadas después, lo seguimos haciendo.
Entre otras razones, seguimos firmes en esta postura porque conocemos de primera mano cómo era la Navarra de esos años 40 y 50 del siglo pasado, en la que el Ayuntamiento de Pamplona, con el visto bueno de la Diputación, regalaba los terrenos a la Iglesia para que levantara esa oda a los líderes golpistas y a los voluntarios que habían sembrado de sangre nuestros barrios y pueblos.
Sabemos, porque nos lo han contado quienes lo sufrieron, que mientras unos diseñaban planos, otros lanzaban agua ‘bendita’ y algunos más se llenaban los bolsillos con estos incipientes pelotazos urbanísticos, los hombres y mujeres que luchaban por una Navarra democrática, sin ricos ni pobres, aguantaban persecución, cárcel y fusilamientos.
Todos los pamploneses y pamplonesas conocemos la historia de este edificio. Sus promotores nunca la ocultaron. No hubo discurso ni editorial de la época en la que no se subrayara la intención de perpetuar en el tiempo su ‘cruzada’ tradicionalista. De hecho, lo dejaron escrito bien grande en su fachada hasta que se tapó con una lona.
Y porque conocemos toda esta historia. Porque la hemos vivido o nos la han contado nuestros padres y abuelos en esos paseos que se tornaban silenciosos cuando aparecía esa plaza regalada al Conde Rodezno, nos produce sonrojo y sorna los argumentos de quienes se esconden en eternos debates lingüísticos o en supuestas consultas ciudadanas para no cumplir con su obligación legal de desmantelar el edificio. De paso, por cierto, sería oportuno que además de la plaza, se recuperara para el conjunto de la ciudadanía los terrenos y viviendas que fueron regalados, junto al monumento, a la burguesía religiosa navarra.
Dicen, los mismos que en los años ochenta querían poner el Planetario en este edificio, que lo que hay hacer es ‘resignificar’ el monumento, igualando vergonzosamente esta construcción a un campo de exterminio, cárcel, lugar donde se realizaban fusilamientos o una edificación levantadas por presos políticos. Si quieren ‘resignificar’, ahí tienen el fuerte de San Cristóbal, abandonado a su suerte bajo toneladas de promesas mil veces vendidas y siempre incumplidas. Eso sí que es ‘demoler’ la memoria, como también lo fue el derribo de la vieja cárcel de Pamplona o, por irnos unos kilómetros más al norte, el desmantelamiento de Gurs por parte del Gobierno francés, en un intento de borrar su historia y de ocultar que hace ahora 85 años levantaron un campo de concentración en el que fueron retenidos decenas de miles de republicanos, entre ellos muchos navarros.
De la misma manera que no se mantuvieron las estatuas de fascistas, ni permanecieron en nuestro callejero los nombres franquistas; de la misma manera que no se resignifican los ‘ETA mátalos’, ‘Moros fuera’ o ‘Mujeres a fregar’, sino que se eliminan de las paredes de nuestras calles; de la misma manera que se cumplió la ley retirando la laureada del escudo de la fachada del Palacio de Navarra… es hora ya de cerrar el debate y de hacer que desaparezca de nuestras calles el monumento ‘Navarra a sus Muertos en la Cruzada Nacional’.
Y quien debe hacerlo es el Ayuntamiento de Pamplona, su actual equipo de Gobierno Local, como lo tuvo que hacer en pasadas legislaturas. La legislación en materia de Memoria es clara con respecto a la simbología de la dictadura: mandata su eliminación sin ambages. No vale escudarse en futuras consultas ciudadanas que nunca llegan. Los partidos políticos tenemos la obligación de posicionarnos claramente en éste como en el resto de debates -cada uno en coherencia a su ideología y compromiso con la Memoria democrática- y llevar nuestra posición allí donde se toman las decisiones: en este caso el pleno municipal. El alcalde y los concejales ‘resignificadores’ deberán explicar al conjunto de la ciudadanía el porqué de su cerrazón prevaricadora. Así nos lo piden no solo el conjunto de las asociaciones memorialísticas navarras, sino la sociedad en su conjunto.
Para los técnicos urbanísticos y arquitectos queda el cómo llevar a cabo ese derribo. Para los representantes en las instituciones el encontrar espacios que reparen y reconozcan a las víctimas del franquismo. Y para consultas vecinales, el qué hacer en ese nuevo espacio que ganaremos para el disfrute de la ciudadanía.
Carlos Guzmán y Eduardo Mayordomo (militantes del PCE-EPK en Navarra)