Pedagógica exposición la que presenta la comisaria Sandra Muñiz Gómez en la Casa das Artes de Vigo, primera de una serie que constituye el Proyecto Expositivo en la Red de museos del Concello.
Con sagacidad y perspicacia, la comisaria ha sabido reunir la obra de seis artistas alrededor de la inefable idea del refugio, lugar de fuga, tránsito o resguardo de la vida humana.
Tal vez debido a la pretensión metafísica o a la profunda esencia del arte contemporáneo, cierto es que el protagonismo del artista ha ido perdiendo peso en favor de quien aporta las razones de la obra, porque se sabe que el arte contemporáneo es un arte dirigido más a la razón que al sentimiento.
Las vanguardias históricas se habían centrado en la esencia del arte, en sus cualidades intrínsecas, en su propio lenguaje ajeno a la estética. Pero será Duchamp quien cambiará el enfoque, al marginar el lenguaje en favor de su función. El arte dejó de representar la naturaleza o de expresar el sentimiento del artista, para plantearse el porqué, su intención, su pensamiento. Y qué mejor forma de expresarlo que mediante la instalación o la performance, medios principales del arte contemporáneo.
Ignorada la estética, el artista puede indagar las razones de la vida sin verse incomodado por el canon informalista. Todo lo que el artista hace, arte es, dijo Ad. Reinhardt, aunque no pocas veces resulte difícil conmoverse o apreciar las cualidades artísticas o la función del objeto exhibido.
Aparcadas, pues, las dudosas cualidades, esa función, su significado, debe ser explicada para que el espectador comprenda la profundidad trascendente que emana del ese objeto común que el artista propone como catalizador del pensamiento. Y sobre este punto de inflexión se alza la esencia del curador que desde Szeemann y Hopps se ha adueñado de la escena artística cuál si fuera un taumaturgo. Sin él, sin su preclaro y enjundioso discurso, se perdería el nexo entre la materia y la metafísica, imprescindible para el disfrute de la obra artística. Como aseguraba A. Danto, para que la obra conmueva, se debe comprender su significado encarnado, pues sin conocerlo, la Rueda de bicicleta de Duchamp o las Cajas Brillo de Warhol pasarían por un utensilio más de la vida doméstica. Más o menos lo que pudiera imaginar el despistado espectador con los materiales de derribo que exhiben los artistas reunidos bajo el título de Todos os refuxios, si no precediera la preclara explicación de la curadora.
Con acendrada retórica, Sandra MG ilumina la mente del desorientado espectador sobre la posibilidad o imposibilidad del refugio como lugar de cobijo o tránsito del alma y sus soledades, a partir de materiales de construcción apilados, etéreos sonidos del solsticio, fotografías del afán constructor, vídeos del caminar humano, o elementos combinados, primarios e industriales, del liviano o mítico refugio.
Para los que aún no se hubieran percatado, la curadora explica que se trata de un espacio de pensamiento, activado desde el peregrinaje del público, con sus tensiones y descansos. Gracias a su aclaración, se aprecia la cualidad protectora, pero también obstructiva del refugio, desde el medio natural. Descubre el cuerpo como origen de tensión, con relación al peso del refugio transportado o a la acción de “atravesar refuxios sostidos que conforman un bosque transitable”. Es decir, cobran valor las dificultades de la vida humana en su compleja relación con la naturaleza, de antagonismo y protección, de lucha y reposo. De este modo, el cuerpo y el refugio se revelan como problema y solución de la existencia, entre la búsqueda y el abandono, la huida y la detención, la esperanza y el temor.
Una vez comprendido su profundo sentido, desde el misticismo o el acto ritual, aclara la curadora, su discurso convierte la ingenua perplejidad que induce Todos os refuxios en una experiencia trascendente y gozosa, que conforta al espectador y le hace partícipe de la frágil y sutil inmanencia de la vida humana.